jueves, 19 de abril de 2012

Defensas (I)

Es sobradamente conocida la historia de enemistades y competencias entre dos de los más clásicos enemigos: Rusia y Estados Unidos. Igual de conocidas son las consecuencias de ese convulsionado vínculo, aunque no se sepa tanto sobre las causas de los odios y los rencores. Un nuevo tirón está poniendo en jaque la tensión de siempre; en el medio, se lanza la moneda por la suerte del resto de los mortales.
Y no es por exagerar. No hace falta avisar a nadie de que en los tiempos que corren, más que nunca antes, lo que ocurra en el rincón más remoto del mundo repercutirá inexorablemente sobre el resto de lo que existe. A pesar de los límites jurisdiccionales y territoriales, los devenires de las acciones -e inacciones- humanas han creado un tejido de relaciones tal, que cualquier frontera se convierte en algo meramente virtual. Un nudo aquí o allá, o apenas un tirón, y el movimiento alcanza a todos los hilos. Para vergüenza de la especie y de la inteligencia que se arroga, parece que todavía algunos no se terminan de enterar. O tan adictos al juego de la batalla naval son, que se torna, digamos, imposible flexibilizar subjetividades no menos áridas que un tablero de yute.
Como si lo que hubo no fuese ya más que suficiente, ahora van por la revancha. Más de cuarenta años de Guerra Fría no dejaron una moraleja que resista al desgaste de las décadas posteriores. Y no amedrentó el envilecido espíritu de los líderes de bando. Sobre todo cuando jugar a la guerra es una debilidad incurable; y si la paranoia es tal que no se concibe la vida sin la delirante fantasía de un Mal que acecha sin pausa, mucho peor. Quizá la nostalgia por aquellos agitados años de persecuciones y competencia armamentista haya calado muy hondo, tanto que se vuelve necesario recrear un “revival” para estar a la altura de los tiempos que corren, donde lo viejo tiende a redoblar porque se vuelve “vintage”.
Lo cierto es que los Estados Unidos apenas han salido de una guerra reciente y ya parecen estar creando el escenario para otra. Fieles a su tradición de vivir en estado de guerra permanente, la irracional “lucha contra el Mal” que se han colgado a los hombros no sólo los lleva a atacar y perseguir a todo aquel que tenga cara de sospechoso, sino que fagocita incesantemente su necesidad de sentirse cada vez más protegidos. Esta vez la clave está en el escudo, y en los satélites que flotan fuera de la atmósfera para interceptar y destruir misiles enemigos. ¡Sí señores, por fin ha llegado el momento de decirlo: el cielo protege a los Estados Unidos de América!
Tras largas negociaciones con países simpatizantes (especialmente con países hundidos en crisis económicas, que recibirán apoyos financieros a cambio del favor), finalmente se pone en marcha el plan implementado desde la llegada a la presidencia de Bush Jr. en el año 2000. El escudo antimisiles, también llamado ABM, ha sido diseñado para interceptar, localizar y destruir misiles enemigos antes de que logren impactar en su objetivo; obviamente, Estados Unidos.
Mire, es muy simple entender cómo funciona. Un misil balístico se lanza desde una región enemiga; un ejemplo natural, Medio Oriente. Se trata de un misil de alta precisión, que sin la necesidad de estabilizadores, se lanza con una trayectoria predefinida que no puede ser modificada durante su viaje hacia el blanco. En los sueños más coloridos de algunos, es además un misil de altísima peligrosidad, muñido de carga nuclear. Apenas esto ocurre, un satélite de defensa colocado en órbita (cuyos fines no son meramente científicos, es evidente, sino bélicos) pone en acción la primera fase de acción del escudo, detectando la estela de lanzamiento del misil y notificando la primicia a un centro de mando con sede en los Estados Unidos o en alguno de los países aliados. Desde ese centro de mando se analizan los datos del misil y su trayectoria, e inmediatamente se autoriza el lanzamiento de un cohete interceptor para frustrar la intentona enemiga. De forma simultánea, se activa la banda X, un sistema especial de radar que continuará observando al misil y fijará el punto de intercepción donde misil y antimisil se encontrarán. Una vez que se lanza el cohete interceptor, se separa el módulo interceptor que colapsará contra el misil enemigo, comprobando la situación y el objetivo mediante los datos enviados por el satélite de defensa y el centro de mando. Siendo capaz de no desviar su curso por la identificación errónea de otros elementos (falsos señuelos o basura espacial), el cohete-antimisil, que puede alcanzar una velocidad de 7,5km por segundo y obtener un alcance superior a los 200km de altura, impacta contra el misil procedente de Medio Oriente y lo destruye por fuerza cinética, es decir, por efecto del impacto de ambos dispositivos en movimiento.    
El campo de acción del escudo es amplio y, de más está decir, estratégico. Jamás podría concebirse ni funcionar teniendo una sola sede para el centro de mando y los puntos de lanzamiento. Por eso necesita de otros puntos de la Tierra desde los cuales dar forma al escudo y así armar su radio de influencia. En estos otros puntos del mundo se instalan centros de mando y silos subterráneos donde se almacenan y desde donde se lanzan los cohetes interceptores. Los lugares elegidos, de países que se han comprometido bajo firma a instalar el escudo antimisiles, son la República Checa, Rumania, Polonia, Turquía y España. Otros países colaboran de diferentes formas; Holanda, por ejemplo, ofreciendo los radares de sus fragatas, o Francia brindando el apoyo de sus propios satélites y sensores.
Semanas atrás, las posiciones encontradas entre los líderes y las sociedades de los países aliados se han hecho oír. Especialmente en España, donde la dignidad de los ciudadanos es cada día más maltratada: a la precariedad laboral creciente y a la crisis económica aún en plena efervescencia, se suma el atropello del Gobierno por no respetar ni escuchar un poco la voluntad ciudadana de impedir la instalación del escudo. Ignorando los pedidos reiterados y expresos de la población, Mariano Rajoy ratificó su grosera apertura a los caprichos estadounidenses y terminó de abrir las puertas del municipio de Rota, en la provincia de Cádiz, al sur de la península y estratégicamente cercana al Estrecho de Gibraltar. Allí tendrá su base principal el componente naval del escudo antimisiles de la OTAN; sí, no es hijo de padres estadounidenses nomás… una variedad de nacionalidades aglutinadas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte se han hecho cargo públicamente de la paternidad de la criatura.
El escudo, diseñado para la defensa frente al “eje del Mal”, entre cuyos enemigos declarados se cuentan los Estados tiranos de Irán y China, comenzará a desplegar en la pequeña ciudad española de Rota unos 1.100 militares y 100 civiles. Y estará en condiciones de recibir 18 buques de guerra equipados con el sistema de combate Aegis, diseñado especialmente para atacar misiles balísticos. En total, se trata de 15 naves destructoras Arleigh Burke y tres cruceros Ticonderoga. Según el Gobierno español, la gran ventaja de recibir a esta gente y sus barcos es que el aprovisionamiento y mantenimiento de la flota demandará la creación de unos 300 empleos directos y otros 1.000 indirectos en la bahía de Cádiz. Pero esto no es todo: los efectivos destinados a Rota en esta primera etapa son apenas el 30% del total de militares que llegarán allí; se calcula que pronto serán 4.750 efectivos con residencia permanente y otros 2.285 con residencias temporales. El componente naval estaría desplegado de hecho a partir del próximo año; pero mientras tanto, el Gobierno de Rajoy aprueba su instalación y el Pentágono termina de negociar los presupuestos que demanda la operación.
A partir de sus propios dichos, está claro que para el Gobierno de España no hay razones para patalear, pues “la defensa debe verse como una actividad económica que produce beneficios en los municipios donde hay instalaciones militares”, según expresó el secretario de Defensa Constantino Méndez. Llamativamente, rechazó la solicitud del municipio de Rota que se atrevió a pedir que se le abonen tasas municipales por la instalación de la base. Sin dudas, del Gobierno es esperable cualquier excentricidad, menos dinero; el sistema tributario español exime al Ministerio de Defensa del pago de tasas, y no será una excepción para este caso, el de una base española-estadounidense.
Aunque existe una sentencia legal que exige al Estado español pagar tasas al Ayuntamiento por el llamado IBI (Impuesto de Bienes Inmuebles), que incluye cargas tributarias cercanas a los 13 millones de euros que España le debe impunemente a su propio país. Tampoco pagará los casi 700.000 euros que le corresponde abonar por impuesto de vehículos, ni otro tanto por obras realizadas en el recinto aeroportuario de Rota. Ante semejantes reclamos estrafalarios, Méndez insiste con que “los ayuntamientos saben que las instalaciones militares tienen retornos económicos muy altos en los municipios. Produce muchos beneficios porque hay un flujo importante entre los que trabajan allí y las ciudades”. A ojos vista, está claro que los roteños deben estar más que satisfechos por los potenciales empleos en limpieza de las instalaciones o por las inconmensurables ganancias que obtendrán por la venta de sándwiches y desodorante…
Ejemplo claro de los atropellos que el avance defensivo y su inversión de cientos de miles de millones de dólares que se invierten en armas, infraestructura y bases militares y en llano desmedro de las verdaderas necesidades de los humanos que, simplemente, viven.         
Para la próxima, le cuento algunos otros capítulos de esta aventura que apenas va arrancando.

martes, 3 de abril de 2012

Inversiones (Obama, el Papa, Cuba y otras yerbas...)


En medio de las crisis económicas, financieras, sociales y humanas, ciertos actores del escenario contemporáneo salen al cruce de sus pares e impares con frases y gestos de antología. A juzgar por la alarmante y grosera distancia entre los dichos de los hechos, podríamos creer que definitivamente el mundo camina con los codos y piensa con los talones, o directamente con las sentaderas.


¿O es que las cosas no están dadas vuelta, y son naturalmente así, absurdas, contradictorias? En tal caso, uno debería desarrollar cada vez más profundamente la capacidad de vivir en un mundo así: creer con firmeza que la violencia sólo se combate efectivamente con violencia, comprender que el dogmatismo es la madre de cualquier pluralismo posible, asumir que la marginación es condición esencial de toda inclusión, despojar de toda duda la idea de que la muerte de millones es garantía y precio justo para el éxito de unos pocos. Al fin y al cabo, invertir el error deliberado en acierto accidental, es el secreto de la felicidad.
No se confunda, las cosas son así, ése es el rumbo correcto y el camino a seguir: no estamos confundidos, en cualquier coyuntura de la vida actual, la confusión es sinónimo de claridad, y uno es feliz gracias a sus desgracias.
Porque, de no ser así, hace algunos años atrás, ¿quién hubiese imaginado que un viejo cura alemán íntimamente vinculado al nazismo fuese a ocupar la función de Papa? ¿Quién hubiese apostado su reino por la posibilidad cierta de que un afroamericano llegase a ser presidente electo de los Estados Unidos? ¿Cuántos hubiesen creído que el viejo Fidel defendería uno de los principios más democráticos? En la extraña lógica de las subjetividades y los acontecimientos de la actualidad cotidiana, sucede.  
Hasta ahora, uno tendía a creer que el dogmatismo y la extrema efervescencia de la fe habían sido los responsables directos de grandes males de la humanidad: persecución religiosa, estigmatización y exclusión para aquellos que no se dejan adecuar a los dogmas, defensa de una única verdad por sobre cualquier otra verdad posible señalada como falsedad o injuria, acumulación excesiva de poder y malos usos del mismo, ocultamiento de los pecados propios y denuncia de los pecados ajenos, sólo por citar algunas de las cositas que solíamos endilgarle a los espíritus dogmáticos. Pero resulta que no es así, sino más bien todo lo contrario. Entendamos por fin, de una vez por todas, algo claro y sencillo: el dogmatismo es, ahora, el mayor defensor de la pluralidad de creencias y el más fuerte impulsor del respeto por las diferencias.
Joseph Aloisius Ratzinger, alias Benedicto XVI, 84 años de edad, nacido en la ciudad alemana de Baviera el 16 de abril de 1927, antiguo miembro de las Juventudes Hitlerianas, Papa número 265 de la Iglesia Católica, en funciones desde el día 19 de abril de 2005, detractor a ultranza del aborto, acérrimo enemigo de la fecundación in vitro y de las uniones entre personas del mismo sexo por considerarlas prácticas humanas erróneas opuestas a la voluntad de Dios; por el mismo motivo, contrario al uso de cualquier método anticonceptivo, profundamente preocupado por los alcances de la educación laica en Latinoamérica, de mano firme al momento de condenar la unión de parejas de hecho (heterosexuales también), irritado por la proliferación de católicos independientes que deciden vivir su fe de manera individual, opuesto a cualquier especie de relativismo, dijo recientemente: "la verdad es un anhelo del ser humano y buscarla siempre supone un ejercicio de auténtica libertad. Hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en 'su verdad' e intentando imponerla a los demás". Lo dijo en Cuba, el 28 de marzo de 2012, en el discurso que brindó en la Plaza de la Revolución de La Habana, a la sombra de las imágenes de Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos. Antes de atreverse a pensar, deténgase: no es a los dueños del bloqueo a quienes hay que exhortar por mayor apertura humana y mayor flexibilidad política, es a Cuba a quien hay que demandárselo. En el mundo tal cual es, la isla sigue siendo menos democrática que el campito continental de Sam.
Barack Hussein Obama, alias Obama, 50 años de edad, nacido en la ciudad caribeña de Honolulu, colonia insular perteneciente a los Estados Unidos de América, de profesión abogado, ex senador y presidente número 44 de su país, de religión protestante, se arroga el éxito de haber dado muerte a otro Hussein (Saddam) y también a Ossama el talibán. En calidad de defensor de la paz, actúa sobre la base de que la violencia se extermina con violencia; demócrata que defiende-justifica-niega-afirma-denuncia-absuelve a sus tropas por los daños colaterales regados por sobre las poblaciones enemigas que ataca-protege, interventor político-militar de todo país donde ciudadanos se agiten. Propulsor-destructor de planes de asistencia médico-asistencial masiva a sus gobernados; adolescente liberal y adulto progre consumidor confeso de alcohol, marihuana y cocaína ya recuperado y limpio; protagonista indiscutido de una de las mayores crisis económico-financieras y sociales de su país. Defensor de los derechos de sus ciudadanos que no dudó en levantar a golpes a manifestantes sencillamente sentados en un reclamo donde los peor golpeados resultaron ser los de su color, declaró  recientemente: "miles de libras de material nuclear han sido retiradas de instalaciones en todo el mundo, material potencialmente mortífero que ahora está seguro y no puede utilizarse contra una ciudad como Seúl. Terroristas y bandas criminales siguen intentando echarle mano, así como al material radiactivo necesario para una bomba sucia. El peligro del terrorismo nuclear sigue siendo una de las mayores amenazas para la seguridad mundial". Lo dijo el 26 de marzo de 2012 en Seúl, durante la II Cumbre de Seguridad Nuclear, donde dos de los temas de discusión clave fueron el desarrollo atómico de Irán y el inminente lanzamiento de un cohete de largo alcance por parte de Corea del Norte. La agenda sí incluyó la exhortación al desarme nuclear de países peligrosos como los ya citados, pero no incluyó la misma urgencia por la solicitud de similar desarme para otros países inofensivos como Israel, Pakistán, China, Rusia o el propio, Estados Unidos.
Nuevamente, antes de reflexionar deténgase, porque muy probablemente volvería a equivocarse: no es en nombre de la coherencia y del bien colectivo que se arman, desarman y aplican las políticas armamentistas, es por el engrosamiento y el ensanchamiento de la virilidad que algunos precisan detentar. En el mundo tal cual es, las reservas nucleares se sacan de los países y se guardan en Estados Unidos porque sólo así y ahí están seguras. Y no es ni un poco riesgoso que mientras eso sucede, el terruño del Tío Rico continúe perfeccionando su armamento nuclear, porque ése sí que es un país inofensivo que sólo ataca para protegernos del Mal.
Además, ya no se imagine cosas que no son, porque así no sólo va a envejecer demasiado rápido sino que también va a cargar con angustias y preocupaciones que no tienen sentido. Entiéndame bien: Estados Unidos jamás haría algo en contra de nadie, ni contravendría ningún tratado internacional de respeto de derechos y jurisdicciones. Es que como todo está tan bien, los periodistas vienen siendo rehenes de un creciente síndrome de falsificación de la realidad. Por eso hace poco, el 28 de marzo de 2012, publicaron en varios medios la supuesta noticia de que la policía boliviana interceptó un vehículo de la diplomacia estadounidense que trasladaba armas de manera ilegal, violando lo establecido por la Convención de Viena. Dicen estos filibusteros que sucedió en Trinidad, una localidad boliviana por supuesto ignorada, ubicada a 600km de La Paz. Un hecho que el sensacionalista y mitómano de Evo Morales señaló como “violación flagrante de los principios fundamentales de confianza y de respeto entre países”.      
Realmente, hay que vivir en un mundo de fantasía para tragarse algo así. Ésta es la cruda verdad: Estados Unidos es uno de los mayores defensores de la libertad y del respeto por la independencia y autodeterminación de los Estados. Y si no, fíjese. “No hay ningún motivo para que Estados Unidos e Irán estén divididos. Al  pueblo iraní se le niega la libertad básica de acceder a la información que quiere. En Irán existe una cortina de hierro electrónica. El gobierno censura Internet para controlar lo que los ciudadanos pueden ver y decir y controla los ordenadores y los teléfonos móviles con el único objetivo de proteger su propio poder. El gobierno iraní tiene la obligación de respetar estos derechos, al igual que tiene la obligación de respetar sus obligaciones. Si el gobierno de Teherán asume una actitud responsable será nuevamente acogido en la comunidad internacional". Lo dijo el 20 de marzo de 2012 en discurso desde la Casa Blanca saludando a los iraníes en el día de su celebración por Año Nuevo persa. Después que no digan que Obama no es atento ni respetuoso. Y a ver si por fin se enteran de por qué algunos son acogidos y otros no lo son. Y deje de creer que el FBI persiguió, arrestó y condenó a los creadores del sistema de libre circulación de contenidos Megaupload...
Fidel Alejandro Castro Ruz, alias Fidel, 85 años de edad, de profesión abogado y revolucionario, líder de la Revolución Cubana, de ideología marxista y de religión atea, ex presidente de Cuba y actual diputado, dijo recientemente: “marxistas y cristianos sinceros, con independencia de sus creencias políticas y religiosas, deben y pueden luchar por la justicia y la paz entre los seres humanos. Marxistas y cristianos -católicos o no-, musulmanes -chiíes o suníes-, libre pensadores, materialistas dialécticos y personas pensantes, nadie sería partidario de ver desaparecer prematuramente a nuestra irrepetible especie pensante". Lo dijo el 28 de marzo pasado, en su encuentro con Benedicto XVI.
Hoy, las cosas son así. Invierta en salud: piense invertido.  

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Antidialéctica - III

Hasta aquí, hemos considerado algunas de las causas y de las posturas que hacen del debate en relación a la despenalización del aborto, un contrasentido. Hemos visto cómo, desde una perspectiva abiertamente contraria al tema, los argumentos se vencen en sí mismos a partir de sus propias premisas y de su propia lógica. Y hemos analizado otra alternativa, pretendidamente científica y neutral.
Esa última, procedente de la bioética, sin embargo, ha demostrado que el análisis “des-afectivo” de los datos es también una postura afectiva o, cuanto menos, política. Como lo es en definitiva cualquier postura posible cuando se trata de abordar, analizar, defender o intentar anular cualquier cambio que, desde lo legal, conlleve modificaciones en los usos y costumbres de las personas. Y en la cultura de las sociedades, que encuentran vías de escape en la “ilegalidad” cuando se proscriben acciones tan comunes y habituales como necesarias. Podrían citarse innumerables ejemplos que hacen a la problemática. Casos como esos que alguna vez Sigmund Freud sintetizó como “malestares de la cultura” y que, a fin de cuentas, son lo que son y corren las suertes que corren como consecuencia de un motivo tan claro como complejo: tocan y “perturban” las zonas tabú y reprimidas de todo un cuerpo social, de un lamentablemente inconsciente sociocultural.
Por eso, sencillamente, no hay postura que, por más que lo pretenda, sea neutral. Y por eso mismo las respuestas, a favor y en contra, son tan fervorosas y chocan entre sí de tal modo. Está claro que, en lo que se refiere a las actitudes que asume la Iglesia sobre determinados temas, las respuestas y las argumentaciones caen por su propio peso: en sus propias leyes y mandatos, existen contradicciones lógicas que sólo pueden sostenerse desde la fe; o viene desde un discurso cuidadosamente selectivo, que sólo considera, de sus propios preceptos, lo que es conveniente para tal o cual cuestión. Es igualmente claro que no todos los seres humanos compartimos la misma fe, y que una sola fe no puede ser válida para todos, ¿verdad? Mínimamente, es lo que se le debe al mandato de amar al prójimo como a sí mismo, o al de que todos somos iguales ante los ojos de Dios… Algo que, a fuerza de coherencia, pone en pie de igualdad a todos, sin importar su color, sus creencias o sus prácticas y elecciones en la intimidad. Lástima que no suceda así fuera de las palabras…
Pero, desde otro punto de vista, se supone que todos somos iguales ante la Ley. La ley, civil o divina, es finalmente un órgano hecho de palabras; y si hay algo que los humanos, por naturaleza y/o por formación, no podemos evitar hacer, es interpretar las palabras, cargarlas o descargarlas de connotaciones o significaciones. Hasta el más frío de los discursos es sensible al ojo, el razonamiento y el espíritu de los lectores. Hasta el más frío de los discursos, es hijo de una mano humana, de la selección consciente o inconsciente de los términos que incluye y que excluye. Así pues, ninguna ley, ningún discurso es neutral.
En general, gran parte de la sociedad poco informada -o informada sólo desde ciertas voces- tiende a creer que las mujeres que insistentemente salen a defender la despenalización del aborto conforman un grupo peligrosamente grande y potencialmente mayor de personas sin pudores, salvajemente sexuales, irrespetuosamente libres de pensamiento y acción, que se han practicado tantos abortos clandestinos que ahora piden lo que piden. Bueno, no es -ni será, lamentablemente- la primera vez que se estigmatiza a quienes van en busca de ciertos cambios que alteran la cuestionable quietud de cierta moral social…
A decir verdad, prestando apenas algo de atención a lo que solicitan, alcanza para ver que no están saliendo a pedir un total y absoluto permiso para practicar el aborto como sea, donde sea y por el motivo que fuese. Piden, clara y expresamente, una modificación sobre el artículo 86 del Código Penal de la Nación, del año 1922, según el cual no se considera criminal el aborto en los siguientes casos: “si se ha hecho con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la madre y si este peligro no puede ser evitado por otros medios; y si el embarazo proviene de una violación o de un atentado al pudor cometido sobre una mujer idiota o demente”.
Veamos. Cuando se habla de “peligro para la vida y la salud de la madre”, debería tenerse en cuenta que el concepto mismo de “salud” se ha ampliado y ha dado un giro en el último tiempo. Ya no se entiende por “salud” sólo la “ausencia de enfermedad”, o la ausencia de riesgo de muerte física; se sabe ahora, además, que la salud incluye el bienestar psíquico y ambiental de una persona. Por lo cual, no sólo estaría en riesgo la salud y la vida de una madre que, en caso de parir, podría morir o quedar dañada de por vida. En muchos casos, concebir un hijo, también implica para muchas madres poner en riesgo la salud y el bienestar en varios otros aspectos.
Sin ir más lejos, y si el aborto no es penalizado sólo para el caso de violaciones o abusos a mujeres “idiotas o dementes”, ¿desde qué punto de vista se cree que es menos perjudicial, dañino, o riesgoso para la salud, no poder interrumpir el embarazo de una mujer que ha sido violada o abusada pero que no es ni demente ni idiota? Una mujer, en pleno uso de sus capacidades intelectuales, no sobrelleva durante el resto de su vida menor daño por las consecuencias y los efectos traumáticos de una violación o un abuso. Daños y efectos traumáticos que, por supuesto, son aún más graves y complejos si es obligada por ley a tener un hijo no deseado que es resultado de un acto violento e involuntario.
Lo que solicitan las mujeres que piden por la despenalización del aborto, y que acuerdan en las mismas intenciones desde gran parte de los países de Latinoamérica, es: derogar el citado artículo del Código Penal, sumando también los artículos 86 y 88, y aprobar el derecho de toda mujer a “decidir la interrupción voluntaria de su embarazo durante las primeras doce semanas del proceso gestacional; acceder a la realización de la práctica del aborto en los servicios del sistema de salud; fuera del plazo de las doce semanas, decidir la interrupción del embarazo en caso de que fuese producto de una violación, acreditada con denuncia judicial o policial o formulada en un servicio de salud, si estuviera en riesgo la salud o la vida de la mujer o si existieran malformaciones fetales graves”.
Claro, no falta quienes se “pregunten” -arrogándose el derecho, en dicha pregunta, a condenar a las mujeres embarazadas que recurren el aborto y a condenar moralmente a las mujeres que se han embarazado siendo solteras o menores de edad- por qué, mejor, las mujeres no evitaron embarazarse para evitar tener que abortar. A quienes aún se desvelan por semejante inquietud, déjeme contarle algunos detalles.
Si hablamos de lo que se considera proscrito por fuerza de fe, recuerde que la Iglesia condena con la misma fuerza la utilización de medios anticonceptivos como el aborto. Es decir que, si “como Dios manda”, una familia debe aceptar todos los hijos que el Cielo le dé, aun cuando no tenga los recursos para sostener sus vidas dignamente, estará más cerca de ganarse el Paraíso que si optara por recurrir a algún método anticonceptivo, o si la mujer se resistiera a las demandas de su esposo, o si decidiera abortar hijos que, socialmente, estarán muertos poco después de haber nacido. Recordando, además, que todavía se considera un atentado al pudor para muchos credos que los niños y adolescentes reciban educación sexual; aunque sea, para enseñarles a evitar, no sólo embarazos, sino una cantidad de riesgos a enfermedades de transmisión sexual.
Recordemos, además, que tal como está dada la legislación vigente, existen muchas mujeres que no eligen abortar pero que sí quisieran tener el mismo derecho a decidir sobre su cuerpo para practicarse una ligadura de trompas. Recordemos que, dada la legislación vigente, para que una mujer tenga ese derecho, debe mediar una autorización previa de algún juzgado; y para eso, a veces pasa tanto tiempo que, en el ínterin, los embarazos siguen ocurriendo. Recordemos que, en muchos casos, los médicos deciden -con el consentimiento expreso de la madre al momento de parir- realizar la ligadura de trompas sin previo consentimiento judicial, y que esa ente entiende lo que significa traer hijos al mundo para condenarlos a una vida sin futuro, tal como está dada la coyuntura sociocultural de nuestros tiempos y de nuestra realidad. 

lunes, 28 de noviembre de 2011

Antidialéctica - II

Días atrás, en esta misma sección, advertimos de qué modo uno de los más urgentes y aún pendientes debates de la sociedad argentina resulta una tarea casi imposible de emprender, e incluso de continuar cuando apenas asoma la nariz. Hablar, discutir, dialogar, implica necesaria e inevitablemente una gran cuota de paciencia y otra de tolerancia. Considerar como válidas, aunque discutibles, las posiciones ajenas, es condición imprescindible para que toda dialéctica llegue a una síntesis.

En ese sentido, quizás haya echado algo de claridad la reflexión acerca de la postura de la Iglesia respecto de la despenalización del aborto. Una postura que, de por sí, se declara incapaz de dialogar y debatir, pues no acepta que haya al menos una mínima posibilidad de verdad o de posible verdad en los planteos que no son suyos. Planteos que, por otro lado, en uno que otro caso resultan contradictorios en sí mismos, es decir, falacias lógicas del discurso; para un área de la vida humana, dicho sea de paso, que se sustenta casi exclusivamente en el discurso y en la fe depositada en él. Y sin dudas, siendo una de las instituciones que mayor influencia tiene sobre las acciones humanas, como consecuencia de los favores o condenas morales que surgen de la obediencia o discrepancia respecto de sus preceptos, realmente sería valioso e interesante que la Iglesia se mostrase dispuesta al diálogo, y no al revés. Porque, ¿qué podría decirse aquí que no se vea en tantos lugares? Las agrupaciones religiosas dan excesivas muestras de intolerancia cuando se trata de discutir algunas de las cuestiones más hondas del ser humano: esto es así, y si no lo es, no es de ningún modo.
En fin. Lo cierto es que existen unas cuantas posiciones alternativas involucradas en el mismo debate. Por supuesto que uno podría resumir esas perspectivas como las pro y las anti, las que están a favor o en contra, sin más, de la despenalización del aborto en nuestro país. Aunque hay algunas que intentan plantarse desde un lugar pretendidamente neutral. Claro, la neutralidad absoluta no es posible; pero se supone que desde la ciencia son otras las pasiones que guían el espíritu y la reflexión; una de esas pasiones directrices es la duda, método y dinámica de todo quehacer científico, ya sea empírico o abstracto.
La bioética es una disciplina que quizás no pueda caracterizarse como ciencia, pero sí reúne elementos, métodos, motivos y fundamentos de varias disciplinas humanas y científicas que hacen de ella un campo particular del pensamiento y la acción del hombre contemporáneo. Se trata de una disciplina que, como tal, bastante reciente. De más está decir que los debates sobre qué es bueno o qué es malo, qué debería hacerse y qué no en las ciencias, qué debería estar permitido y que debería prohibirse, han estado a la orden del día desde que a las criaturas humanas se nos dio por investigar el mundo en que vivimos e investigarnos, y experimentar con él y con nosotros mismos. Según los usos y costumbres de cada época, la ciencia ha despertado tanto aplausos como horrores; y el resto de las instituciones (el derecho, las religiones, las filosofías) han intentado regular los descubrimientos y, más todavía, sus aplicaciones –reales o hipotéticas-.
Vinculada a reflexionar y tratar de dilucidar cuestiones relativas a todos los problemas éticos que surgen de la vida en general, la bioética tiene como objetivo amplio y general proveer reglas o normas para la conducta humana en relación a la vida del hombre, de su medio ambiente y de todos los demás seres, hechos y cosas relacionados a él. Intentando disociarse lo más posible de la presión o influencia de otras disciplinas externas, e incluso de las propias ideologías internas, la bioética se esfuerza por concretar en una síntesis las posiciones encontradas y contradictorias.
La enfermedad, la salud, la muerte y los modos en que se experimentan han sido y tal vez serán siempre inquietudes sobre las que se reflexiona una y otra vez; problemáticas que en cada época y lugar encuentran muy diferentes respuestas y que, por eso mismo, no tienen clausura definitiva. De un modo u otro, todas las disciplinas y áreas del quehacer humano están guiadas por esas inquietudes, en diferentes niveles y formas.
Así que, lo que hoy hacemos en relación a la salud, la muerte, la vida y la enfermedad, puede parecernos mucho mejor de lo que se hacía hace unos años o hace unas cuantas épocas, cuando también se creía que se hacía lo mejor. Actualmente discutimos –creemos que discutimos- lo correcto o incorrecto que será moralmente aprobar o no la despenalización del aborto, cuando se trata de una práctica que los seres humanos consideramos muy positiva o con mucha menor carga moral o de tabú no hace tanto tiempo. Sin ir más lejos, nuestra legislación impuso restricciones para la práctica del aborto no punible recién en 1922. 
Desde una perspectiva amplia, no fue hace mucho tiempo que la humanidad entendió que las mujeres también somos seres humanos, personas; y que somos tan dueñas de nuestros cuerpos como se creyó siempre de los varones. Cuando la mujer y su cuerpo eran propiedad de sus hombres, también lo eran los hijos concebidos y los en el vientre materno; por este motivo, los varones disponían de las vidas y los destinos de sus mujeres y de sus hijos como de sus animales de corral. Antiguamente, en la Grecia clásica de Platón se aseguraba que el feto humano no tenía alma, por eso el aborto era una práctica no punible y especialmente ordenada en casos de incesto o de padres menores de edad. Otros pensadores y políticos de la época consideraron al aborto una de las mejores técnicas para limitar las dimensiones de las familias; y en esto, hay sociedades del mundo actual que mantienen una postura muy similar. Aristóteles defendió la idea de que el feto pertenecía al cuerpo de las madres, y que por lo tanto sólo ellas podían disponer de sus cuerpos y sus fetos.
Recién en tiempos del Imperio Romano comenzó a castigarse severamente la práctica hasta entonces no restringida del aborto, cuando se observó que los métodos abortivos de entonces eran riesgosos para la salud de las mujeres. Se trataba de métodos no médicos sino más bien folklóricos, o tradicionales; técnicas transmitidas de una mujer a otra a través de las generaciones. Algunas mujeres utilizaban una mezcla de estiércol de cocodrilo que insertaban en sus vaginas, o tampones de lino impregnados con jugo de limón o cáscaras de limón que se colocaban en la cérvix. Entre las chinas, fue una técnica muy difundida la de ingerir catorce renacuajos vivos tres días después de la menstruación como método anticonceptivo. En Europa, durante algunos siglos se utilizaron con los mismos fines ciertos brebajes de hojas de sauce, óxido de hierro, barro o riñones de mula. En el segundo siglo de la era cristiana, como media para regular la higiene de la población femenina y los riesgos de contraer enfermedades o de morir, la Iglesia católica comenzó a condenar la anticoncepción y el aborto con castigos corporales, el exilio o la pena de muerte. Sin embargo, entre 1450 y 1750, a lo largo de trescientos años, la doctrina cristiana fue tomando diferentes posturas respecto del hecho de que el feto tenga o no alma, y llegó a permitir el aborto hasta los cuarenta días de gestación. Recién en el último siglo la Iglesia ha tomado una actitud directamente prohibitiva en cuanto al aborto.
Los dispositivos intrauterinos para el control de los embarazos comenzaron a tomar forma médica rigurosa recién en el siglo XX, y no hubo ni hay amenaza de castigo moral capaz de impedir que el desarrollo de los métodos anticonceptivos y abortivos siga adelante. Simplemente porque se trata de un problema que sigue vigente en la vida de las mujeres, por varios motivos y circunstancias.
De acuerdo a la cultura de los diferentes países del mundo actual, el aborto encuentra legislaciones más bien liberales (EEUU; Canadá, Holanda, Austria, Noruega, Dinamarca, Cuba, China), otras que consideran causales amplias (Japón, Israel, Gran Bretaña, India, Sudáfrica), algunas más restrictivas (Argentina, Brasil, México, Arabia Saudita) o que permiten sólo el aborto terapéutico (Irán, Afganistán, Venezuela, Nigeria) y otras tantas directamente prohibitivas (Chile, Somalia, Haití, El Vaticano).
Según la bioética, que se posiciona al margen de estas diferencias ideológicas y culturales, cuatro principios deberían dirigir el debate en torno a la despenalización del aborto, como en relación a cualquier otro tema que afecte a la vida. El principio de beneficencia: establece que las acciones humanas deben evitar hacer daño a uno mismo y a los otros, procurando en cada situación prevenir cualquier daño real o potencial sobre la vida humana. El principio de autonomía incluye los derechos inalienables de libertad, intimidad, elección individual y libre voluntad. Y finalmente, el principio de justicia implica que jurídicamente debe tratar a todos los seres humanos del mismo modo disminuyendo cualquier tipo de situación que provoque desigualdades sociales. Sólo desde este último principio, llama muchísimo la atención que la legislación argentina considere no punible el aborto a mujeres violadas que posean deficiencias cognitivas (la ley dice, literalmente, “idiota o demente”). ¿Por qué le haría menos daño a una mujer que no sea idiota o demente? ¿Por qué, además de esos casos, no se consideran ilegales los abortos efectuados con el “fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la mujer y del hijo”? Señores, señoras, habría que aggiornarse: “peligro para la salud” no es sólo sinónimo de “riesgo de muerte” en los tiempos que corren…   

Antidialéctica - I

Más allá de toda contradicción, esa es la naturaleza de los grandes y polémicos debates de la actualidad. Cuando, en realidad, justamente lo que urge y lo que menos se consigue es dialogar. Y cada vez que los diálogos se vuelven más complejos, conflictivos y tirantes se tornan, por lo tanto, más urgentes y necesarios.
Y sin embargo, la notable y evidente incapacidad de intercambiar argumentos, o simplemente de escuchar las posiciones y opciones ajenas, hacen que esos debates se conviertan en un pendiente cada vez más enquistado y difícil de resolver. Hay cuestiones que toda sociedad debe enfrentar alguna vez, le guste no, quiera o no quiera. Mientras eso no sucede, hay algo que crece en la médula misma de esas sociedades con graves dificultades para el diálogo, o con gravísimos problemas para abrir los ojos y ver, sin más. Las pocas muestras de lo contrario dejan en claro que, en cada ocasión en que más allá de lo áspero de los temas a tratar y enfrentar, se llegó a una solución, una gran presión se liberó y algo se aflojó entre las personas. Y claramente, las mayores dificultades aparecen cuando deben tratarse y resolverse los aspectos que en cada época y lugar resultan más incómodos -a menudo, tienen que ver con lugares tradicionales que piden cambios en los vínculos sociales- y que exigen una modificación sustancial y significativa en el ámbito de lo legal.
Y es que lo que no se reconoce de un modo u otro por “fuerza de ley”, permanece mientras tanto como sombra; y las sombras que merodean entre los seres humanos no son sanas para ninguna sociedad; perturban, insisten, empujan, molestan. También porque, naturalmente, los marcos legales están sujetos a mutaciones y revisiones permanentes: ninguna sociedad permanece igual e intacta a lo largo del tiempo, y sus leyes se elaboran para atender a lo que ocurre en un tiempo y lugar concretos. Por citar algunos ejemplos paradigmáticos, basta con recordar que así sucedió con la aprobación legal del divorcio, del matrimonio igualitario, con el voto femenino, viene sucediendo con el avance del diálogo por la identidad de género, y se supondría que otro tanto debería ir sucediendo en cuanto a la despenalización o no del aborto.
El último intento por avanzar en la revisión legal de lo respectivo al aborto duró poco, se apagó en apenas unos días, despertó fervorosas vociferaciones de un lado y otro, y otra vez no llegó a más. Luego de que no encontrara curso en lo legislativo, la sociedad en general volvió a silenciarse. Apenas se vieron y leyeron por los medios algunas notas editoriales a favor o en contra, y alguna que otra revisión de las diferentes posturas enfrentadas. En general, la lectura es tan triste como pobre: no hay avance posible porque no hay diálogo posible; y no lo hay, porque en algunos sectores la disposición al diálogo continúa siendo un imposible.
Lo que en todos y cada uno de los casos habidos y por haber debe -con la mayor fuerza de la palabra- responder a los términos de una dialéctica, de un intercambio, de un proceso discursivo, es todo lo opuesto y se manifiesta como la más dura y necia antidialéctica.
Ahora, ¿qué se entiende por dialéctica? Se trata del “arte de dialogar”, argumentar y discutir. También se llama así al método de razonar desarrollado según ciertos principios y/o argumentos; a la capacidad de enfrentar una oposición; a la relación entre principios o argumentos opuestos; y a la transformación de dichos opuestos en una nueva forma de síntesis. A todo esto, agréguele un prefijo negativo y verá  de qué va la cosa con las discusiones en torno a la despenalización del aborto; es evidente que deberíamos dejar de lado la ilusión del diálogo y la utopía del debate por la triste realidad de la antidialéctica.
A decir verdad, he leído y escuchado varios argumentos de una y otra parte en torno al problema. Y reconozco que hay un punto en el cual tampoco me ha sido posible llegar a una postura final y acabada, inamovible. En general, creo que la dificultad con que me tropiezo cada vez que busco arribar a una síntesis, se debe a que en cualquier caso los argumentos no terminan de convencerme: sencillamente, llega un momento en que se me disuelven como argumentos, no me parecen tales. Y es que encuentro, en cada supuesto argumento,  contradicciones internas tales y tal falta de coherencia, que no puedo evitar pensar en la necesidad previa de repensar y desmigajar algunas de esas ideas que quieren parecer tan fuertes y sólidas.
Por supuesto, la más feroz oposición al pedido de despenalizar el aborto surge de un sector bien concreto: la Iglesia, la iglesia católica, para ser más exactos, y la mayor parte de sus vertientes más liberales y también de sus variantes más obtusas. El primer argumento que ofrecen para defender su negativa se resume en esta idea: abortar es sinónimo de asesinato, de homicidio de un inocente, que sería, obviamente, el embrión en gestación. 
Sin dudas, este argumento fundamental defendido por el catolicismo tiene su base clara en la debida obediencia a los diez mandamientos, que son el tronco sobre el cual se despliega todo el resto de deberes y derechos que surgen desde allí. Y sobre todo a uno de dichos mandamientos: “no matarás”. Obviamente, este mandato esencial está presente en la moral de casi todos los seres humanos, no sólo de los fieles a la fe católica y cristiana; hay millones de ateos y agnósticos que están convencidos de lo mismo. Ahora bien, si la Iglesia también enseña que nadie está libre de tirar la primera piedra, porque nadie está libre de pecado –a fin de expurgarlos, la Iglesia ha ideado también sus métodos y herramientas-, entonces no se ajusta mucho a la coherencia pura el hecho de juzgar el mal de otros si uno mismo ha cometido ese mal, repetidas veces, de varias formas posibles e imaginables, y con tantos otros argumentos que justificaron largamente la excepción a dicho mandamiento… que no admite excepciones. Por lo tanto, según se sigue lógicamente al razonamiento de un buen cristiano, si yo maté y veo que otro mata, no tengo tanto derecho de juzgar por el pecado ajeno como sí tengo el deber de comprender y perdonar desde el amor, pues tengo asimismo el deber de amar a mi prójimo como a mí mismo.
Paradójicamente, la manera en que se conducen varios sectores –partidistas, incluso- de raíz católica, exhiben tanta intolerancia y desamor hacia el prójimo como incapacidad de comprender las situaciones ajenas y ponerse en los zapatos del otro, para ver de qué forma pueden ayudar, en lugar de culpar, juzgar y condenar (por lo que dicen y piensan otros, por cómo actúan, por lo que les gusta y por lo que no, por lo que han hecho, hacen y todavía no hicieron). Al contrario, arrojan la primera piedra y otras tantas más -esto es literal- y se niegan a discutir cuando se los invita a analizar argumentos opuestos; se comportan con la mayor antidialéctica y se colocan en el lugar de la irreprochabilidad. Seamos sinceros: ¿cuántos individuos hay en el mundo que no hayan ido, al menos una sola vez, un poco en contra de los mandamientos de la moral o de la fe? La Iglesia misma enseña que nadie está libre de pecado, y que por eso mismo es necesario perdonar y tolerar.
Y la inocencia, además, es algo que, según la misma Iglesia enseña, es algo que se otorga, no una cualidad que se posea. Dicen que un embrión en gestación es una vida, y que un bebé es una criatura inocente que no merece ni debe merecer ser afectado por ningún castigo. Ahora, no puedo evitar entrar en otro dilema profundo: ¿no es acaso que un niño es inocente y está libre de todo pecado recién cuando recibe el sacramento del bautismo? Se supone que, hasta entonces, vive aún manchado de pecado, y del peor de todos, del pecado original, la desobediencia directa a Dios. Por lo tanto, por la simple lógica que se sigue de encadenar un concepto tras otro, para que un aborto sea sinónimo de homicidio de un inocente, entonces debería idearse un método capaz de bautizar al embrión antes de nacer para librarlo de todo pecado y otorgarle, efectivamente, la inocencia.     
Como explica la Congregación para la Doctrina de la Fe en su libro ‘El Aborto Provocado’, "la tradición de la Iglesia ha sostenido siempre que la vida humana debe ser protegida y favorecida desde su comienzo, como en las diversas etapas de su desarrollo". Esta nota, del año 1974 y reeditada textualmente al día de hoy, se hace explícita en oposición "a las costumbres del mundo greco-romano" que la Iglesia misma alimentó y luego aborreció; un mundo que no existe hace tiempo… Un mundo donde, además, la Iglesia permitía el aborto libre hasta que comenzó a legislar prohibiendo sobre él, como medida “higiénica” para una población que contaba con medios abortivos y anticonceptivos por demás precarios. Medidas de higiene y de control que han sido aplicadas históricamente también sobre las ideas y sobre otros usos y costumbres.
Mire, sé qué tan ríspido e incómodo es indagar sobre algunas cuestiones donde la fe es la única razón que sostiene lo que nuestra razón no puede razonar. Pero, honestamente, corriendo un poco el velo de la fe, que es tan válido como importante en la vida de todos, seamos sinceros: algunas cosas deben ir cambiando, porque el tiempo transcurre y con él los sucesos que afectan a las personas; el mundo cambia y los hombres y mujeres cambiamos con él. Con tan poca fe en los hombres y tanta fe puesta en algunas palabras, cuyo sentido también va cambiando, nos quedamos solos y huérfanos. Nos quedamos más solos, además, si en el camino debemos continuar obedeciendo el mandamiento de honrar a un padre que aún no ha sido capaz de pedir perdón y reparar tantas otras muertes.

domingo, 21 de agosto de 2011

Nadies (o la fuerza potencial de tantos Ulises)


En este mismo momento, simultáneamente, en numerosas partes del mundo hay gente manifestándose públicamente en demanda por diferentes problemáticas, malestares y excesos. Cambian los motivos, en cierto modo; varían las modalidades, las causas y las consecuencias. Pero en todos los casos, los protagonistas parecen ser los mismos.
A simple vista, un observador ingenuo podría pensar que las multitudinarias manifestaciones en Egipto y Túnez a comienzos de este año hicieron que la práctica haya ido despertando ecos en cada rincón del mundo, incluso en aquellos donde de antemano uno creería que fuese muy improbable que sucediera. Sin embargo, las causas son mucho más profundas que el ejemplo de dos hechos puntuales; y no es la primera vez, ni serán las últimas, lamentablemente. Pero si hay algo que es cierto, es que las protestas masivas de gente común que inauguraron el 2011 derrocando enquistados gobiernos de Medio Oriente, dejaron un mensaje claro al resto del mundo: le recordaron que se puede, incluso cuando aquello a lo que se enfrenta parezca imposible de mover, torcer o cortar. Gente del común, anónimos, personas que apenas pueden identificarse con una nacionalidad –cuando es posible- o algún otro nombre genérico que poco dice, en verdad, sobre quiénes son. Salen a manifestarse una y otra vez; insisten, día tras día aquí y allá. No suelen agruparse bajo el nombre de un partido o un líder; son, simple y llanamente, personas, digamos… nadie. Más allá de sus diferencias,  particularidades, problemáticas y orígenes, a todos los une el factor común de salir a pedir lo que por derecho les corresponde: trabajo, libertad, educación, a veces incluso la historia o la identidad; en pocas palabras, dignidad.
Y si de dignidad se trata, bien vale no perder de vista lo que sucedió con la caída de los regímenes de Mubarak y Ben Ali. Gestos valiosos en cuanto a la reivindicación de una sociedad entera que se batió contra la violencia y las constantes amenazas a favor de defender la dignidad de su propia historia, que no ha querido continuar bajo el yugo de un gobierno que los privó históricamente de derechos y libertades elementales. Algo que ocurrió y continúa ocurriendo por estos días en India. Miles de ciudadanos salieron a manifestarse por las calles simple y sencillamente bajo el pedido de que el gobierno frene su hábito de manejarse por vía de la corrupción. Lo que es lo mismo que reclamar por el ejercicio claro y básico que le cabe a los gobernantes de cualquier nación del mundo: trabajar por el bien de sus pueblos; de hecho, no hay más fin que ése para la tarea de cualquier gobernante o funcionario público. Pues, sin ir más lejos, cuando se dice “público” se está diciendo que trabajan para los ciudadanos a los que les toca representar, oír, ver y responder.
Ahora bien, en India, la respuesta del gobierno fue arrasar con los manifestantes; devolver el reclamo por sus deberes constitucionales con el más que cuestionable saldo de más de mil detenidos en un solo día. En pocas palabras, a quien exige por sus derechos, se les paga con violencia y silencio forzado.
Algo similar ocurrió en Londres tras varios días de violencia, destrozos y forcejeos. Consecuencias, todas, de una respuesta igualmente hostil y necia por parte del gobierno al que le tocó escuchar y hacerse cargo, algo que también en este caso se evadió por la vía de la violencia y la necedad que, al fin, alimentan la indignación y fagocitan la crecida de violencia, que no es más que la respuesta humana ante la impotencia de una sordera voluntaria e histórica.
A miles de kilómetros, en China, un país donde poco lugar cabe para imaginar protestas multitudinarias contra un régimen tan estrecho para las libertades y programáticamente enquistado en algo tan paradójico como el hecho de ser una “dictadura democrática”, cientos de ciudadanos fueron reprimidos por las fuerzas policiales tras varias jornadas de protesta en pedido de la retirada de una planta química. Se sumaron, además, las manifestaciones y las consecuentes represiones en otros poblados donde nuevas plantas intentan instalarse. Pese a que el gobierno chino viene repitiendo desde hace tiempo su “compromiso” de frenar la intoxicación por plomo y otras sustancias que han afectado ya irreversiblemente la salud de millones de niños y adultos, sigue habiendo plantas químicas con fugas comprobadas que operan a metros de zonas urbanas. Año tras año las protestas por este mismo motivo se multiplican y crecen en China, cientos de miles de manifestaciones que encuentran igual respuesta y aún así vuelven a surgir por un mismo y básico reclamo: el derecho a la salud, a la simple dignidad de vivir sin la amenaza de morir o enfermar por una intoxicación tan letal como evitable.
Ya conocemos bien cómo ha sido la larga demanda de los indignados en España, que no se ha apagado sino que continúa y se reaviva cada día en diferentes formas. No piden más que conservar el derecho a trabajar, lo que implica al mismo tiempo conservar el derecho a una vivienda, a un sustento, a una educación y a una vida dignas. No porque sea en el Primer Mundo estos derechos básicos están asegurados; muy por el contrario, la coyuntura mundial, con su anquilosada dinámica económica y política, viene desarmando la continuidad de estos derechos humanos básicos que deberían -claro, deberían, pero…- valer y funcionar para todos por igual, sea donde sea, por eso se llaman como se llaman, ¿no?, “derechos humanos”. Pero así van las cosas. Veamos, si no, lo que ocurre con Grecia, origen de toda la civilización occidental, cuna misma de la democracia, donde sin embargo al día de hoy los ciudadanos se ven forzados a vender nada menos que sus islas para intentar frágilmente asegurar la continuidad de un sistema financiero que los ha llevado a la ruina y al quiebre de todo lo imaginable. Un sistema financiero, además, que tal como está planteado, debería servir para asegurar los derechos humanos que a todos los griegos les toca pero que, al revés, les ha jugado en contra y hoy los mantiene como rehenes de una situación donde, si no hay liquidez, se liquidan los derechos.
En Israel, han sido miles también los que han salido a la calle en demanda de lo mismo, reclamando justicia social, sin que el gobierno se ocupe de dar respuestas claras y concretas al asunto. Pero algo peor, quizás, ocurre más cerca nuestro, todos los días. En Bolivia, miles de indígenas llevan días recorriendo el país en una marcha masiva e incansable de familias enteras que se abren paso de kilómetro en kilómetro para pedir al gobierno que no devaste sus tierras y no vulnere la protección de territorios declarados por ley bajo protección. Los amenaza la inminente construcción de una vía que contra toda legalidad pretende instalarse en un largo tramo, arrasando con una enorme área del Territorio Indígena Parque Nacional Sécure (TIPINS). Otra vez, tan paradójico como indignante, que algo así ocurra repitiéndose en diferentes formas tras siglos de reclamar por el mismo derecho a la dignidad y a la protección de la vida; y que suceda, además, cuando el gobierno al que en este caso le corresponde responder, haga oídos sordos a su propia gente, un gobierno autoproclamado indígena y popular, que parece más de una vez prestar más atención a los intereses del tinte inverso. No muy diferente es lo que ocurre en el Chaco paraguayo, donde más de siete etnias indígenas se levantaron en protesta contra su gobernador, que ha reducido a lo ínfimo y sin justificaciones los fondos públicos destinados al trabajo y la preservación de los derechos humanos de esas poblaciones.
Y qué decir de los estudiantes chilenos, que hace más de un mes no dejan de reclamar por un espacio de diálogo donde discutir y buscar una alternativa que les garantice la posibilidad de ejercer su derecho humano a la educación. Allí, donde muy pocas escuelas de nivel secundario son de acceso público y gratuito, y donde ni una sola universidad recibe a sus estudiantes sin que medie el pago de aranceles, la única respuesta que el gobierno fue capaz de dar, salió de la mano de los carabineros y trajo las consecuencias que ya bien conocemos.      
Pero no acaba aquí. Estos son sólo unos pocos hechos, algunos con más prensa que otros. Pero si se fija, verá que con más o menos participantes, en cada rincón del mundo (quizás haya muy pocos países donde no ocurra) las protestas se despiertan y se repiten. Y en el fondo, más allá de los pedidos particulares, todos van por la consigna común de pedir por el respeto de sus derechos humanos.
No tienen nombre, no tienen más que apenas un motor común y alguna que otra denominación vaga, genérica: indignados, estudiantes, indígenas, indios, chinos, etc. Pero ahí están. Personas, gente, grupos, seres humanos; nadie en realidad. 
Pero es incalculable, y no debería subestimarse, el poder que tiene nadie cuando insiste en pedir por lo que le corresponde por derecho y se le usurpa por fuera de toda ley. Cuenta la mítica Odisea que, cuando Ulises volvió a su Ítaca natal para restituirse lo que por derecho era suyo, su hogar y su mujer, arrebatados por los pretendientes que lo creían muerto, se abrió paso con una hábil estrategia: había envejecido, nadie lo conocía, no tenía nombre, ni posesiones, ni identidad ni gloria; pero cuando se presentó de regreso en su casa se hizo llamar “kaneis” (“nadie”). Y siendo nadie, ¿qué riesgo podría haber? Y sin embargo, cuando dejó de oír el canto de las sirenas, nadie se abrió paso y se devolvió la dignidad. 

domingo, 24 de julio de 2011

Réquiem (para lo que no muere)

Se traduce del latín, literalmente, como “descanso”. Sin embargo, guarda otros significados. Aunque ante todo, se refiere a la música, a cierta música dedicada a acompañar las despedidas y las ausencias. En todos los casos, salvando las variantes, el término habla de la lenta, cadenciosa y sonora resonancia que anuncia un antes y un después.
Es un género antiguo, una música creada, ejecutada y reelaborada en tan diversos modos como circunstancias ha habido, y habrá. Fue una composición culta, a veces religiosa y otras veces no tanto, que se practicó especialmente entre los músicos del siglo XVI. Variante musical de la poética elegía, el réquiem es uno de esos extraños y maravillosos casos en que la música se roza íntimamente con el silencio. Tres cosas -réquiem, silencio, música-, curiosamente, que rodearon y aún rodean la existencia igualmente misteriosa, igualmente única, de un compositor: Wolfgang Amadeus Mozart. Su vida fue breve, casi como el umbral entre el silencio y la música, o el que separa el aquí del allá. Sin embargo, fue una brevedad enorme.
La presencia de Mozart en el mundo es un ejemplo de cómo la vida de ciertos seres perdura indefinidamente en el tiempo, más allá de los camuflajes provisorios del cuerpo y de las obras. Un sonido lanzado a la resonancia a través del tiempo y del espacio, nunca acaba; por el contrario, se propaga y se extiende lejos de lo audible, en el ámbito de las percepciones humanamente imposibles donde ningún hombre y ninguna mujer son capaces de medir el tiempo ni el espacio. Lo mismo sucede con él. 
La magnitud de la obra de Mozart supera en todo sentido la medida de su existencia, breve, que duró apenas treinta y cinco años. Su última composición, el “Réquiem”, quedó incompleta. Murió antes de finalizarla; y sin embargo, la música continuó, como si su propio autor continuase haciéndola, repitiéndola. Uno podría pensar que el músico, en realidad, más que morir, fue deviniendo en su propia obra y continuó allí… dejando el cuerpo envuelto en misterios y soledad, para seguir camino transformado en música que se repitió hasta mucho después, a través de los siglos. Y con el correr del tiempo, su pieza póstuma se hizo mito, su biografía corrió la misma suerte; y por supuesto, las circunstancias de su muerte física tomaron el mismo camino.
Hasta el día de hoy existen al menos ciento dieciocho versiones diferentes sobre las causas que motivaron su desaparición física. Hay quienes afirman que fue asesinado por orden del emperador Leopoldo II, quien mandó ejecutarlo por ser masón. No son pocas las voces que insisten en la vinculación de Mozart con la masonería de los Iluminatti; y al parecer, el enorme éxito de sus composiciones hubiese colaborado con la propagación de las ideas de la logia y habrían puesto  en riesgo el poder absolutista. Otros hablan de tuberculosis, desnutrición, depresión psicótica, sífilis, hidropesía cardíaca, entre otras enfermedades. Claro que, si de mitos se trata, siempre hay alternativas más elaboradas a la hora de entretejer causas y fines.
Por ejemplo, se dice también que su muerte fue consecuencia de una falla renal. Según indican ciertos historiadores, dicha enfermedad renal se originó en la deformación de una de las orejas de Mozart. Es decir que, de acuerdo a esta idea, como las orejas y los riñones se desarrollan casi simultáneamente en el embrión humano, una deformación en una oreja sería el espejo exacto para descubrir una deformación idéntica, pero letal, en algún riñón. El avance de las ciencias, claro, pronto descartó esta idea; los siglos quisieron, además, que la otorrinolaringología y la nefrología se convirtieran en ramas separadas de la medicina. Nuestras orejas siguen siendo raras, de todos modos; y nuestras ideas, también.
Los médicos de la época, básicamente guiados por los relatos de quienes vieron el cuerpo del músico, afirmaron, contundentes, que su muerte se debió a una enfermedad que conocieron como fiebre miliar severa. Este mal abarcó y explicó por mucho tiempo casi cualquier síndrome cuyo síntoma principal radicase en la aparición de erupciones por pústulas. El tiempo quiso, también, que algún día llegasen los dermatólogos y los forenses. Pero para el momento no se realizó ningún análisis del cuerpo sin vida de Mozart. Mucho más nutritiva para las cortes y los narradores fue la suposición de envenenamiento, causado teóricamente por un oficial del Tribunal de la Corte que le habría suministrado acqua toffana. Franz Hofdemel, el oficial hipotéticamente culpable, era miembro de los Iluminatti y se quitó él mismo la vida tras asesinar a su esposa, a quien creyó amante del compositor.
Pero la versión que más adeptos ha ganado con el correr de los años ha sido aquella que indica como responsable de la muerte a Salieri, eterno rival de Mozart. Al igual que todas las demás, la culpabilidad de Salieri fue difundida también de oídas. Surge del relato que prestaron las enfermeras que lo atendieron cuando éste murió ciego y anciano en un hospital, donde habría confesado su acción poco antes de morir.         
Aún así, con todas las versiones que quedan sin citar, hay algo sobre lo cual no quedan dudas. Mozart murió en una soledad casi absoluta; su cuerpo fue enterrado en una fosa común, en un ritual sin más sonidos ni presencias que el resoplar de un sepulturero. Sobre sus últimos días y el progreso de sus síntomas sólo quedan testimonios escritos por testigos directos e indirectos; es decir,  literatura.
Los documentos más valiosos surgen de la autoría de sus médicos, de su hermana, su viuda y su hijo. Estos relatos escritos, con la visión propia y subjetiva de cada autor, sirvieron para que recientemente el físico William Grant y el investigador Stefan Pilz dedujeran que Mozart podría no haber muerto si hubiese tomado más sol. Definitivamente, aunque no se explique así la causa de su muerte física, me quedo con esta opción, la más poética de todas.
Pero, al margen de mis afinidades, otra explicación con pretensiones de rigurosidad científica ha surgido en el último tiempo. De acuerdo con las investigaciones de la Dra. Faith Fitzgerald, de la Universidad de California, Mozart murió tras padecer un caso agudo de fiebre reumatoidea. Esta enfermedad explicaría la fiebre alta, los constantes dolores de cabeza, las erupciones, el dolor en los brazos y piernas hinchados, el mal humor y la irritación que le causaba al músico austríaco el perseverante trinar de su canario. Cuentan los escritos de la época que poco antes de morir, el cuerpo de Mozart se había hinchado de tal modo que no era capaz de vestirse, no podía levantarse de su cama, deliraba, hasta que entró en coma y murió, silenciosamente. Allí quedaron otras escrituras, los esbozos de su Réquiem y las indicaciones a su ayudante sobre cómo debía finalizar la obra.
Un poco al margen de estas recientes conclusiones científicas, y otro tanto a raíz de ellas, está claro que no hay réquiem que pueda cesar cuando suena por la partida de seres extraordinarios. Seguramente, la muerte siempre será algo imposible de comprender, algo con lo que tendremos que lidiar de a fragmentos, parcialmente, entre explicaciones y teorías incompletas. ¿Cómo entender que algo o alguien, simplemente, ya no esté? Quizás, como sucede con la música y los réquiems, algo queda resonando donde un simple mortal no es capaz de medir el tiempo y el espacio. Y al momento de entender, o sencillamente de buscar, la literatura siempre está allí para darnos motivos y razones.